miércoles, 26 de noviembre de 2008

MARKETING ODONTOLÓGICO



Cuidado con la primera impresión que le das a tus pacientes.

Cuando uno ingresa a determinado consultorio, lo quiera o no, abre inconsciente y conscientemente un juicio sobre lo que ve. Hay facultativos sin la menor idea de lo que significa ser pulcros. Es tan básico este detalle que da pudor mencionarlo de tan obvio. Sin embargo, la realidad nos muestra otra cosa. Muchas obras sociales de fraudulento primer nivel, ofrecen en su cartilla a prestadores trogloditas. Por lo general son las que hacen canje con canales de televisión, radios, diarios.

Un amigo, la semana pasada asistió a un lugar perfectamente descuidado, al detalle, que tenía cubierto de sarro negro el sitio en donde el odontólogo –perdón, en este caso dentista- pide que esputemos. Por si faltara algo, en su trato se exhibía como si estuviera en una funeraria. Lo cierto es que de entrada se ganó pésima fama, por eso mi amigo me lo comentó, y lo seguirá haciendo con terceros, cuartos, quintos…

El odontólogo que no sonríe, lindo título para un libro, vaya paradoja. Le tocó un sacamuelas con cara de pocos amigos, sobre llovido. (Habrá tenido temor a mostrar su dentadura?) Si hay un lugar en donde debería existir la sonrisa por decreto ley es en el consultorio del odontólogo (me equivoqué nuevamente, hay que decirles dentistas; no son odontólogos.)

Los famosos cinco minutos del primer encuentro resultan decisorios.
Pregunto, de puro ignorante: de estas cosas no se habla en la facultad, cuando se estudia la carrera?

Decenas de detalles puntuales también forman parte del marketing odontológico. Cómo se administra, qué se ofrece para ganar prestigio, cómo está iluminado el lugar, cuántos cuadros y plantas hay, qué olores despide el ambiente, cómo son los sillones, qué música escuchamos en la sala de espera. Elemental, guaso!
Pensar que en el exterior, el prestigio argentino en este rubro es alto. No es el caso del ejemplo que ocupa esta columna.

Un comentario que suelo hacerles a los dentistas, cuando puedo, es que en pleno siglo XXI no se justifica que exista el miedo al torno, o al probable dolor. O a la aguja de una anestesia tocando un nervio. Tampoco es entendible que un composite se desprenda, salvo que sea de mala calidad, tal cual ocurre en los consultorios de los prestadores por obra social.

Y ahora que leo lo que termino de escribir, se me da por pensar cuál es el sentido de este comentario, si nadie lo tomará en cuenta. Tampoco da para hacer un piquete o armar un grupo en Facebook llamado ABRÍ LA BOCA PARA QUEJARTE DE LOS ODONTÓLOGOS (parió, me equivoqué de vuelta, quise decir dentistas).

Einstein expresó que la vida se ha vuelto peligrosa, no tanto por los que hacen daño, sino por los que se sientan a mirar. Por eso, le voy a pedir a mi amigo que presente una queja, en una de esas…

Dale, si sentís que duele, levantá la mano…

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