viernes, 9 de enero de 2009

LA VIDA, EL AMOR...



Cuando Alejandro Dolina dice que “la vida vale menos que el amor”, usa una curiosa metáfora que remite a que el amor, en sí mismo, es el resumen trascendental de toda una vida. Y podría llegar a valer más que todo lo que nos ocurra a lo largo de ella. Pasa que Alejandro tiene cierta predilección por Kierkegaard, filósofo que se ocupó de un estadio bastante complicado de explicar, llamado EL INSTANTE. Ese instante –el amor- vale toda una vida.

Kierkegaard estuvo profundamente enamorado de Regina Olsen, pero por razones religiosas la abandonó. Y escribió un libro llamado “Diario de un seductor”; lo hizo para quedar mal con ella adrede… con la intención que Regina lo olvidara. Más tarde escribió “Temor y Temblor” y “La Reduplicación”, con el propósito de recuperarla; pero ella se casó con quien fuera después gobernador de las Antillas holandesas.

Escribió ferozmente que “un hombre puede llegar a ser poeta, sabio o santo –tres estadios clave en su filosofía existente- por una mujer. Pero esa mujer es la que no posee. La mujer poseída puede hacer que lleguemos a ingeniero, abogado, escribano…”

Agrega: “La poesía es la ilusión antes del entendimiento. La religión es la ilusión después del entendimiento. El poeta es aquel que sueña con un acto que no llega jamás a realizar… “, así de tremendo es Soren, que busca, humanamente, sacarse de la cabeza algo imposible, como fue su gran amor por Regina.

Volviendo a Dolina, también dice que "nunca se puede perder el que no sabe dónde va" (frase reformulada, original de Séneca, creo, no la doy por seguro), y quiere indicar que sabiendo adónde vamos podríamos perdernos irremediablemente. O, dicho en otras palabras, la meta es el camino (el objetivo no es la meta sino lo que ocurre en el medio.) Claro, el camino podría resultar más interesante. Por eso me veo que estoy de ida en la vida, nunca me siento de vuelta. Como cuando uno se prepara para ir a una fiesta: lo que imagina es mucho mejor que lo que concreta. Y espero se entienda no como un pensamiento masoquista. Humildemente elucubro que uno debería de ir a la fiesta sin esperar nada. Porque, al poner expectativas, y al no obtenerlo, podemos sufrir inmerecidamente, quiero decir, desproporcionadamente. Porque, a la larga, uno es más importante que cualquier restricción.

(Este posteo está dedicado a una amiga, cuya inteligencia raya en la genialidad. Lo hago con la esperanza de que pronto logre ser lo que es… en punto caramelo, o lo que es lo mismo, una mujer arribando a la sabiduría. Aunque hay algo más a su favor, de la mano de Kierkegaard: “La subjetividad es la verdad. La objetividad es la mentira.”)

2 comentarios:

Jimena Arnolfi dijo...

SUBLIME -qué inspirado!-

(por qué lleguè tarde?)

Domingo Lupis dijo...

Hey, Jime, gracias!

Y nunca es tarde...

Besos

Dgo.