martes, 10 de marzo de 2009

CÓMO SE VENDE UN PERSONAJE ¿? SEXTA Y ÚLTIMA ENTREGA.



¿No habían visto el video del niño predicador? Mejor (mejor no verlo), porque es un soporte valioso para lo que vengo escribiendo sobre el tema Cómo Vender Un Personaje.

Lo habrán advertido, es un tema enmarañado, que merece un desarrollo tomando varios caminos…

En una comedia de Tirso de Molina aparece la pregunta: “¿Es mejor un rey tonto que un rey malo?" No es fácil responder, sin hacer distingos. Todos somos algo tontos en algún momento. Alguien –no recuerdo su nombre ahora- señaló que un tonto es igual a ignorante; un simple es igual a un tonto que se sabe tonto; un necio: tonto que no se sabe tonto; un fatuo: tonto que no se sabe tonto y además quiere pasar por listo. Finalmente está el insensato: tonto que no se sabe tonto y encima quiere gobernar a otros. Ustedes agregarán con mucha razón que los últimos no son tontos sino vivancos.

Bueno, a esos mismos solemos llevar al sillón de Rivadavia.

Recordemos lo que señalamos en el posteo anterior acerca del síndrome de Estocolmo. Porque parece que no vamos prestando atención a los dislates que aparecen por el camino. Tal cual el video que hoy les muestro y que fue aprovechado para crear una publicidad sobre una institución odontológica. Al divino botón, porque el hombre ganó la siguiente elección…

Somos una sociedad bastante marquista, a punto tal que compramos camisas (carísimas) que tengan un logo de la gran siete, que hará nos transformemos (sólo en nuestra cabeza, claro) en próceres, líderes, hombres de probidad, frente a la mirada de los otros. Nos importa demasiado el qué dirán, vivimos muy pendientes de la opiniones ajenas. Todo eso tiene en cuenta el encargado de fabricar imágenes. Y luego, el cholulismo hará de las suyas, se aprovechará de ese desequilibrio casi neurótico de imaginar que la gente famosa, la que sale siempre en la tele, es importante para nuestras vidas. Son los llamados héroes de identificación colectiva.

Cuando mis hijos iban al jardín y luego a la primaria, llevaban al cole masitas hechas en casa. El resto compraba marcas y actuaban frente a sus compañeritos como lo haría Quico, el pibe de El Chavo del Ocho, con los cachetes inflados, ¡buscando legitimidad en su logro de ser “propietario” de unas exquisitas Óreo! ¿Saben qué sucedía casi siempre? Les cambiaban las susodichas por un pedazo de lo que la madre de mis hijos había preparado en la cocina de nuestra casa.

Por eso tengo la fortuna –vade retro Satanás- de tener tres hijos que desconocen los celos o la envidia (defectos insoportables y que no producen placer como los restantes pecados capitales). ¡No pueden ser celosos porque valoran lo que son por propios méritos! No gritan nunca ¡ganamos!, cuando su cuadro de fútbol favorito derrota al contrincante. Porque no asumen éxitos prestados. No, ellos se la rebuscan para generar sus propios éxitos como pueden. Más allá de que tengan sus corazones latiendo a favor de alguna camiseta, no se la ponen. Y cuando ganan, son ellos los que ganan, no el burrito Ortega o Riquelme.

Estos dos jugadores, por citar algunos, son los que ganan (plata y cierta gloria muy pasajera) cuando hacen goles, no los que van de espectadores a la cancha. El éxito que consigue el otro está bien para él y merece nuestro reconocimiento y justa valoración interior. Pero vivir a través de las experiencias de los demás es una anormalidad que merece ser tratada.

Con esta práctica aprenderemos a pensar por las nuestras, sabremos sustentar una opinión (opinión propia no vicaria). Agrandaremos la subjetividad; dilucidaremos por qué no había que apoyar frenéticamente la guerra de Malvinas, mojándole las orejas al principito. (Lo recuerdan?: -Que venga el principito… dijo un irresponsable, un vivo que no puso su propio cuerpo ni fue al sur argentino).

Entonces, la respuesta a Cómo Se Vende un Personaje se puede dilucidar por su apuesto, o sea Cómo No Comprar un Personaje. O un producto. O un servicio. O una idea falaz. Ya que hay equivocaciones irreparables, muchas de las cuales arruinarán nuestra existencia a lo largo de toda una vida.

Pan y circo
es el método para vender (y comprar) cualquier chuchería que queramos. El mejor de los antídotos es pensar. O no, pero luego no se aceptarán quejas ni devoluciones.

Y si a la postre querés estar más de un siglo en el pedestal, entonces invertí millones y tené en tu poder un producto como Coca Cola. Que si dejara de hacer publicidad, enseguida notarías la irrupción inmediata de Pepsi.

Mucha plata; algún ángulo diferencial -por lo bueno o por lo malo-; presencia contínua en los medios; creación de una necesidad; olfato; observación permanente del camino por donde va el burrito de San Vicente; modas y tendencias; estar en el momento justo con el producto más o menos justo; distribución masiva del producto o servicio, llegada masiva del político; mucha tele; volantes, afiches; publicidad viral. Son algunos de los instrumentos para convencer. O sea, para vencer con.

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